Ahora es jueves, un jueves de antes del sueño. Toco el timbre, son dos, uno pone “Arriba” y otro “Abajo”. Aprieto los dos, por las dudas, porque nunca sé. Ya no lo sabré.
Un perro ladra y llega hasta la puerta de vidrio. Yo misma traspuse el portón sin llave.
Una mujer se acerca –a veces él me abre la puerta y me dice “Hola, chica”. Ella, con sonrisa siempre inminente me dice, está en su cuarto, recién nomás vino.
Me siento a esperar, todavía no llegó nadie. Me abrazan todos los objetos, la música o el olor a sopa paraguaya. Desde el jardín, esplendoroso, llega el ruido de un chorro de agua, llega también un verde que golpea las pupilas.
Los objetos me han recibido según la mirada se ha posado en ellos. Primero un niño de porcelana, de una candidez ridícula. Luego, espejos ad infinitum, hacia arriba. Alfombras, collares, objetos art nouveau de metal, figuritas estilizadas y ordenadas en escalera encima de una chimenea que jamás vi arder. Luego, la araña, sus caireles haciendo juego de luces con la que entra desde el jardín.
Tocan el timbre y la magia se recompone. A la música se suman otras, la de las voces queridas, la del dueño de casa que exhala humo y risotadas. Las otras voces se entremezclan y componen la música de los jueves. Uno se queja de que otro llega tarde siempre, otro se queja de una ausencia no comunicada. Siempre hay algo de qué quejarse o de que reírse.
A la mesa le salen cabezas; las sillas que las sostienen son todas distintas. La comida se pasea. En una punta él, en la otra mi padre antes de su propio sueño. Se va extinguiendo con la modorra, el sonido. Las voces se retiran. La casa queda en silencio, nunca quieta del todo. Los objetos, los peces anaranjados, las celosías indias, la luz tamizada por vidrios de colores. Todo conspira, en favor del baile que componen.
Solo hay que detenerse, todo girará alrededor.
Detalle de lucarna en el interior de la casa de Ricardo Migliorisi (diseño de Carlos Colombino. Barrio Las Mercedes, Asunción). Fotografía: Agustín Núñez, 1991